lunes, 9 de febrero de 2009

Reseña: "Sobre El Estándar y La Norma". Fernando Albor Estalayo

La idea de que todos los hablantes se expresen en una misma lengua es un proyecto que defiende un determinado colectivo, y además pretende que esa manera común de hablar coincida con la suya; un error ya que los hablantes no pueden ser inconscientes de su lengua. Las lenguas son instrumentos de resolución de tareas y no son sistemas uniformes... toda lengua no artificial, es decir, hablada anteriormente en zonas más o menos extensas, convive con otras lenguas vecinas. Por tanto la variación es un rasgo natural de los sistemas lingüísticos. La existencia en una lengua de una gama abierta de posibilidades hace que se produzcan una serie de variedades particulares aceptadas socialmente, por ello tienen el carácter de generales. La variación lingüística acepta la existencia de diferentes modelos para su explicación, pero es fundamentalmente un simple hecho.

Pues bien, las lenguas de cultura distinguen entre uno o varios dialectos para la expresión interdialectal, es el estándar... “aquella forma de lengua que se impone en un país dado, frente a las variedades sociales o locales. Se trata generalmente de la lengua escrita y propia de las relaciones oficiales. La difunden la escuela y los medios de comunicación”. El estándar se explica desde el prestigio, la convención y la historia (la creación de un estándar no se funda en argumentos científicos sino en el prestigio; y el prestigio, como el poder, se ejerce no sólo de arriba abajo)... y se compone de cuatro etapas: selección, codificación, extensión funcional y aceptación, siendo la segunda la única que requiere un trabajo específico de lingüistas.

Forma parte de la competencia lingüística de los hablantes de una lengua su capacidad para decidir qué es más correcto, prestigioso, adecuado y apropiado para sus enunciados. El propósito primario de la lingüística es explicar la competencia lingüística, y la lingüística científica debe también atender al estudio de las valoraciones sociales. No se puede estudiar el lenguaje actuando como si no tuvieran repercusión en las lenguas los conocimientos sobre el valor social de los elementos lingüísticos que los hablantes demuestran.

La primera parte de la creación de un estándar se basa en seleccionar de forma correcta las variedades que pueden tomarse como punto de partida. Si ignorásemos los detalles históricos de los procesos de estandarización de lenguas como el francés o el español, no nos resultaría difícil reconocer en los estándares correspondientes los usos lingüísticos más propios de ciertos grupos sociales y de ciertas situaciones.

En muchos estudios lingüísticos hispanos predomina el interés por saber qué es tal cosa, cómo debe llamarse... de tal modo que surgen dos fenómenos culturales patrios: la originalidad y el casticismo. Un procedimiento usado para el primer fenómenos consiste en dar a los términos empleados en la teoría un significado muy diferente al que se daban en países extranjeros. El casticismo, en cambio, calca y adapta a nuestro justo entender los términos inventados por otros. No obstante, si forzamos los términos de los demás, debemos advertirlo en nuestros escritos para evitar cualquier tipo de confusión.

Y es que existen diferentes puntos de vista acerca de lo que se entiende por “lengua estándar”, a pesar de ello podemos afirmar que la variedad estándar de una lengua no es ni mucho menos la lengua de todos ni la lengua que se habla en cualquier ocasión. Esos diferentes puntos de vista son interpretaciones erróneas ya que todas provienen de la misma idea: identificar el estándar con la lengua general o lengua común. Pero el estándar no es ni común ni general, no se usa comúnmente ni puede usarse comúnmente porque la aceptación de una norma se manifiesta más en términos de actitudes que de realización. No existe el hablante-oyente ideal de ninguna lengua, incluso las personas más cultas del país cometen errores lingüísticos.

Algunos de los mejores gramáticos actuales opinan que las reglas de las lenguas reales son instrucciones que se siguen más veces que no se siguen; existen en diferentes lenguas diferentes grados de separación... pero no podemos concluir a raíz de esto que el español hablado apenas difiere del escrito.

Y es que también se equivoca el que piensa que el estándar es la variedad común o general de una lengua por el simple hecho de que todos los miembros de una sociedad puedan recurrir a él cuando la situación lo requiera. Es necesaria la buena enseñanza lingüística. El concepto de estándar no es un acto de nominalismo porque la ciencia necesita restringir el alcance de los términos que usa y porque la formación y mantenimiento de un estándar para una lengua es un fenómeno social. La planificación lingüística es en sí misma un cambio social.

Un estándar es una realidad difusa, sólo un concepto claro de lo que es el estándar puede permitir a los lingüistas participar en la tarea científica y social que debemos exigirles, ya que los fines sociales revierten en fines científicos. “La lengua estándar no se crea de repente ni se improvisa, no se puede imponer a los hablantes, sino que se conforma e implanta lentamente, y el pueblo hablante la va adoptando cuando la considera útil, rentable, rica y beneficiosa”. Sledd explicó que son los dialectos o las variantes sub-estándares los que tienden a perpetuar las diferencias sociales o de grupo.

El estándar es una superestructura que supone la oficialización de una opción entre muchas otras; aceptarla sitúa a quien elige dentro de las convenciones prestigiadas de un determinado grupo. Además, el estándar esta avalado en gran medida por una determinada norma:


El cuerpo normativo de una lengua orienta sobre el hecho de que determinadas elecciones son permisibles, mientras que otras no; y lo establece según una gradación que va desde los casos en que norma y gramática de la lengua se confunden hasta aquellos en que la elección normativa es opinable en la medida de su aceptación social.

La norma está ahí, nos permite mantener ante ella diferentes actitudes y, auque sea con poco entusiasmo, debemos contar con ella, ya que saber cuál es la norma prestigiada en una comunidad lingüística es importante para la propia supervivencia (por ejemplo, cuando acudimos a una entrevista de trabajo sabemos perfectamente cómo vestirnos, pero no cómo expresarnos de una determinada forma; y es tan importante una cosa como la otra)... y es que hablar bien es saber expresarse correctamente en distintas situaciones y poder manifestarse y conversar con diferentes clases sociales, desde altos cargos políticos hasta los “colegas” del barrio.

No es entendible que en materias como el lenguaje no prestemos la misma atención que en asuntos relacionados con el deporte, la moda o la música. Podemos encontrar algunas escapatorias para tratar de explicar esta cuestión: desde la automarginación hasta la defensa de una revolución universal contra la norma, con el pretexto de no adaptarnos a una sociedad indeseada. Es más, este desinterés por los temas lingüísticos es compartido por los hablantes de las demás lenguas, no es un problema que afecte únicamente a los hispanohablantes. El conocimiento de una lengua condiciona la propia relación social.

La clave de la norma implantada en nuestras lenguas ha sido dar con un ancho de vía distinto de las demás, es decir, un signo característico de la lengua como puede ser la eñe española o el acento circunflejo francés. Asimismo, los individuos que tenemos estos signos característicos en nuestras respectivas lenguas nos sentimos orgullosos por el simple hecho de representarlos.


Nosotros, la sociedad, reclamamos la ayuda de los lingüistas y filólogos sabiendo que cambiar el uso del lenguaje es cambiar la propia red de relaciones que establecemos con el mismo. Si reconocemos qué sucede realmente en la lengua y en la sociedad podrá brotar el conocimiento científico y técnico.



PASCUAL RODRÍGUEZ, José Antonio y PRIETO DE LOS MOZOS, Emilio. Sobre el estándar y la norma.

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