lunes, 9 de febrero de 2009

Reseña: "Sobre El Estándar y La Norma". Adrián Díaz Arteche

En este artículo se trata el asunto del estándar, de lo que se considera correcto y lo que no. La solución a los problemas de la lengua no es hacer que todos los hablantes se expresen de la misma manera. La lengua está en continuo proceso de cambio. Esto se debe a que la lengua, según la percepción funcionalista, es un instrumento de resolución de tareas, y la evolución del lenguaje se debe a la evolución de la cultura, que va planteando distintas tareas que resolver.

La lengua no es un sistema uniforme. Su falta de uniformidad se debe a factores como la historia, la extensión en la que se habla, la vecindad de otras lenguas, las diferencias sociales entre sus hablantes, etc. La variación dentro de una lengua es un hecho natural, y no debe considerarse una perversión ni una interferencia. Sin embargo, a pesar de que exista esta gran variación, siempre hay un modelo que goza de más prestigio y es considerado como general. Estos modelos son de buen uso y aceptados convencionalmente. Todas las lenguas tienen este modelo, que se conoce con el nombre de estándar. El estándar se impone en un país, y omite las variedades sociales y locales. Es utilizada en la lengua escrita y en las relaciones oficiales, además de ser difundida en los medios de comunicación y las escuelas. Para crear un estándar, el primer paso es seleccionar qué variedades lingüísticas se van a tener en cuenta. Se suele utilizar la variedad geográfica, de acuerdo con la historia, aunque también se tiene en cuenta en numerosas ocasiones variedades como las diafásicas o las sociales.

El término estándar ha recibido diferentes definiciones por partes de estudiosos de la lengua española, entre las que destacan: “variedad lingüística que sirve de vehículo para cubrir todas las necesidades sociales e individuales de los miembros de una comunidad”, “variedad lingüística de una comunidad que no está marcada ni dialectal, ni sociolingüística, ni estilísticamente”, etc. Hasta se ha llegado a decir que “la lengua estándar tiene variantes, que van desde la lengua coloquial o familiar, a la lengua académica o solemne”. El error común que tienen estas definiciones es que identifican estándar con lengua general, cuando es obvio que no son lo mismo.

El estándar no es una lengua general. No es utilizado por todo el mundo, sino que lo utilizan las personas que lo conocen bien y en los contextos en los que corresponde. Además, no existe el hablante-oyente ideal, es decir, nadie conoce perfectamente el estándar y siempre se cometen errores. Además, lo cierto es que la mayoría de las personas utilizan una lengua alejada del estándar. Aunque algunos estudiosos del castellano afirman que la diferencia entre lengua estándar y producción oral no existe en el castellano, la realidad es muy diferente. El español hablado normalmente es diferente al escrito, es inevitable, ya que las propiedades de los dos medios son totalmente diferentes. Los hablantes suelen tener un dominio muy deficiente del vocabulario: se conoce poco, y muy poco se usa con seguridad. También se aleja el estándar del término de lengua general en el sentido de que existen clases sociales que por sus condiciones no pueden acercarse al uso de este estándar. Aquí se observa la importancia de una buena enseñanza lingüística.

Aún así, la existencia de un estándar se considera totalmente necesaria, ya que además de contribuir a aspectos tan importantes como el desarrollo económico o la educación formal; es en sí mismo un cambio social. El conocimiento y la existencia de un estándar tiene claras repercusiones exteriores. No se puede negar que hay muchas diferencias entre los distintos seres humanos, y no todos pueden acceder al estándar. Es necesario fijar estos límites a la hora de definirlo. El estándar debería ser una lengua ideal, que representase una intersección de variedades y pudiera realmente ser usado como modelo. No es posible imponer el estándar, sino que debe ir siendo aceptado poco a poco por el pueblo. La conclusión a la que se llega con respecto al estándar es que hace oficial una opción lingüística dentro de muchas, lo cual favorece a algunos y sanciona a otros.

El artículo finaliza hablando de la norma lingüística, que se define como un punto medio entre el plano gramatical y el plano de uso. Las normas establecen que elecciones son permisibles y cuales no. Hay fallos más graves que otros. La norma no se crea de acuerdo a la lógica, sino por el triunfo de una determinada moda, y, aunque sea aceptada con reticencia por gran parte de los hablantes, la norma es totalmente necesaria en una lengua. Hay que saber expresarse de una determinada forma considerada como correcta, es decir, acorde con la norma. Saber expresarse correctamente es saber adecuar nuestro registro a la situación comunicativa. Sin embargo, en la mayoría de las lenguas se muestra un gran desinterés por los asuntos referentes al lenguaje. Es destacable el hecho de que se mida la vitalidad de una lengua como su capacidad para crear neologismos de forma interna en vez de recurrir a otras lenguas, lo cual demuestra la reticencia a depender de otras lenguas, que es considerado un razonamiento equivocado.

La conclusión a la que llega el artículo es que no se puede ayudar a la lengua reprendiendo a sus hablantes. Los lingüistas no sirven de ninguna ayuda si toman una posición de superioridad, sino que deben tender un puente a la sociedad que reclama su ayuda para ayudar a la sociedad, y la manera en que utiliza el lenguaje.

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